Escondido en la niebla

Escondido en la niebla

por: Evelyn Blackwell*


El viento feroz nos sopla como si estuviera intentando sacarnos del curso. La niebla nos deja casi ciegos, sin poder ver a dónde vamos ni de dónde venimos. Plantas gigantes que se alzan orgullosas sobresalen la niebla, y después desaparecen.

¿Será otro planeta?¿Será una película de ciencia ficción?

No. Son los páramos. Un mundo lleno de biodiversidad, un ecosistema de alta importancia escondido en la alta montaña, y hace dos meses, totalmente desconocido para mí. Poco a poco voy entendiendo las numerosas ventajas que traen los páramos, pero, ¡hay tanto por saber! Son el hogar de más de 3,000 especies de plantas y 120 especies de aves, incluso el magnífico Cóndor; estos lugares tan húmedos regulan el flujo del agua a los ríos y lagos; y sirven como un sumidero de carbono. Soy ambientalista, ¿cómo puede ser que no había escuchado de los páramos, un ecosistema tan sumamente importante, antes?



Durante mi visita, quedé con la boca abierta ante unos seres majestuosos: los frailejones. Soy una mujer bastante alta, ¡pero algunos de los frailejones eran el doble de mi! Las texturas me fascinaban, con hojas brillantes o suaves o velludas, no podía dejar de tocarlas. Estas texturas no solamente sirven para atraerme; sino también atraen y se aferran al agua y por su parte el agua atrae la biodiversidad. Vimos insectos sentados sobre las hojas, mariposas y aves alimentándose en las flores, y en la base de los troncos, ¡hongos! En nuestro tiempito con los frailejones, conté seis especies diferentes de hongos. Me dan mucha emoción los hongos, porque significan que hay un mundo entero debajo de los pies. Las redes de los hongos, el ‘micelio’, son como el servicio postal de las plantas, árboles, y seguramente frailejones. Dejan que la flora pueda comunicarse, envían advertencias de amenazas para los que están en peligro y envían regalos nutritivos para alimentar a los que lo necesitan. Es uno de los milagros de la naturaleza.



Caminamos hacia el horizonte para ver qué escondía la montaña. Felipe me dijo que pese a las maravillas que ya habíamos visto, lo mejor estaba por llegar. Hasta aquel momento, hacía mucho sol, yo andaba con gorra y pantalones cortos, y podíamos tener la vista impresionante de la laguna de Tota. Pero, al llegar a la cumbre, todo cambió en un instante. Empezó el viento frío y la niebla, mis piernas se pusieron rojas con el frío. No podíamos ver sino veinte metros al frente. A pesar del aire húmedo, el suelo era totalmente seco, no había una diversidad de flores pequeñas como antes y los frailejones eran negros. Fuego. Estaba muy claro que hubo un incendio hace uno o dos años atrás. Este lugar ya no es más hogar de todas esas especies de vida. Sumamente triste. El suelo estaba muerto, ni flora ni fauna. Pienso en el día del incendio, las peticiones de auxilio o paquetes de ayuda, con agua y nutrientes, que deben haber enviado la flora a través del micelio en un intento de restaurar y preservar la vida. Pero se quemó todo. La única flora que sobrevivió el fuego en esa zona, eran los frailejones, aferrándose a sus preciadas vidas. Solamente se salvaron por los ahorros de agua que guardan en el corazón del tronco. Por su altura, estos frailejones tendrán más de 100 años de vida, qué honor estar en su presencia. No se puede reemplazar la naturaleza así muy fácilmente.



Afortunadamente con cinco minutos más caminando, llegamos otra vez a una zona con vida y biodiversidad. Pude deleitarme otra vez con las texturas, insectos y hongos. La niebla, la llovizna y el viento que venía y se iba con cada tres pasos creaban un ámbito único y misterioso, como algo de una película de ciencia ficción.

Y luego, vino el regreso.



En suma, los páramos te invitan a frenar y observar más de cerca, a pensar en el papel de cada pieza de ese rompecabezas natural y en nuestro papel en su preservación. Me queda claro, y espero que sea igual para todos, que los páramos son vitales para la supervivencia del agua y la biodiversidad, en los Andes del trópico.






*Evelyn Blackwell
Pasante, Fundación Montecito
Universidad de Leeds, Reino Unido

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